El Soldado Figueroa Capitulo II
EL SOLDADO FIGUEROA
CAPITULO II
Lavado cerebral.
Después de aquella primera semana ya todo se sentía
diferente, tantas formaciones, tantos cantos, tantas oraciones estaban
cumpliendo con su objetivo, cuando se limita el sueño, se expone a la fatiga y
al hambre, la mente se vuelve más susceptible, entonces es posible programar la
sique para que empiece a olvidar su humanidad, sus orígenes y hasta la
moralidad.
Pasados algunos días las instrucciones empezaron,
es solo otro nombre que se le da al entrenamiento militar, las bahías de
instrucción parecían grandes kioscos rodeados por una inmensa e interminable
llanura, y en sus adentros un tablero acrílico, un rudimentario escritorio y
una especie de gradería de cemento fría y dura para que nadie estuviera cómodo.
Al principio todo era teoría, derechos humanos, charlas, haberes y muchos
deberes que debíamos cumplir.
Poco a poco fueron transcurriendo los días y con el
paso del tiempo fui haciendo amigos, pocos, pero valiosos, los más importantes,
el soldado Castellanos y el soldado Blandón, un joven algo extraño a simple
vista, extrovertido, un poco sombrío, de mediana estatura muy parecido a la mía
y provenía de un pueblito cercano del mío. Con el paso del tiempo se convirtió
en mi mejor amigo, compañero de duras pruebas, de penas y de glorias, mas penas
que glorias diría yo.
Un día de tantos nos enseñaron los delitos del
centinela y no era para más que para ponernos a prestar turnos en las horas de
la noche, el más duro de ellos el temido doce a tres de la mañana, pues
significaba muy poco sueño o pasar toda la noche en vela, si uno se acuesta a
las once y lo despiertan a las once y media para recibir, suelta turno a las
tres de la mañana y la diana la hacen a las tres y media ¿Cuánto puede dormir?,
siempre que en las noches empezaban a leer la orden del día para distribuir los
turnos, empezábamos a rezar para que nos tocara ese turno pues al siguiente día
no había tiempo de reponer el sueño perdido, se podía notar a simple vista los
soldados que habían prestado ese turno la noche anterior, porque se notaban
cansados, ojerosos y como si estuvieran a punto de quedarse dormidos
parados, como zombis, que andan por inercia, autómatas programados para operar
sin mente propia.
La vida es un conjunto de momentos, experiencias
buenas y malas que forman nuestro carácter, instantes de placer y de agonía,
situaciones que nos marcaran de por vida. Una noche de tantas me toco prestar
aquel duro y desafortunado turno, sentí muchas cosas, pero al final me resigne,
me llene de ánimo y me propuse a cumplir mi deber, no dormí absolutamente nada
antes de recibir mi turno, forme y luego espere en mi camarote hasta
la hora determinada, cuando el momento llego, me puse el uniforme, las botas,
el pesado chaleco, que acompañado del calor de aquella noche se sentía más
pesado de lo normal, agarre mi fusil, aquel frio metal con capacidad de matar,
que brindaba una inmensa seguridad y me llenaba de valentía, como si con el
poco entrenamiento que tenía fuera capaz de dispararlo, la verdad es que no
tenía ni idea de cómo se introducía un cartucho; saque pecho, mire muy alto y
entre en el rol de un verdadero militar que se disponía a velar por
la seguridad de todos sus compañeros mientras dormían. Transcurrió
la primer hora, las luces apagadas, todo el mundo
durmiendo, cansados, tranquilos, porque alguien los cuida mientras duermen, que
gran responsabilidad, más de cien vidas en tus manos, así se debe sentir en el
área de operaciones, pero aquí todo es un simulacro, un entrenamiento más,
donde se nos enseña a lidiar con el sueño, a estar de pie, a proteger y a estar
atentos ante cualquier eventualidad, ante cualquier ruido, cada hora pasa el
oficial de servicio dando revista, observando que ningún centinela de turno se
encuentre dormido; dormir durante el servicio es una falta muy grave que
en el batallón se paga con volteo pero en el área se paga con la
vida de tus compañeros.
La segunda hora de mi turno llego a acompañada de
mucho sueño, ya el calor había desaparecido, el cansancio era evidente, después
veinte horas sin dormir , se empiezan a poner pesados los ojos, se vuelve
difícil pensar y estar a tentó, pero se debe resistir, es necesario seguir
adelante, mantenerme en pie, lo más importante no dormir, si otros pueden
porque yo no, todos somos humanos, sentimos dolor, desesperación, cansancio,
sueño y hambre, todos tenemos que pasar por esto, y además el sufrimiento
fortalece el espíritu, nos hace más humildes, capaces de afrontar cualquier
situación. Cunando llego la tercer hora de mi turno ya estaba demasiado
cansado, las pierna me podían, los oídos me zumbaban, los ojos se me cerraban
solos, pero tranquilo pues ya iba a concluir mi turno e iba a terminar aquella
larga noche, las más larga que tuve en mi vida hasta ese momento, me
distraje un poco, empecé a pensar en mi familia, en mi pueblo, en todo a
aquello que deje atrás un día y que me llenaba de fuerzas para seguir, para no
darme por vencido nunca, así paso esa hora y termino mi turno sin
mayor novedad que la de un joven civil que se empezaba a convertir en soldado
de la patria.
Así pasaban los días lentamente, como si se
hicieran más largos a propósito para fastidiarnos. El día más esperado de la
semana era el domingo, pues no había instrucción ni que formar, solo lavar toda
nuestra ropa y cuidarla mientras se secaba al fuerte y radiante rayo del sol,
ese domingo en particular lave especialmente mi ropa para irme a descansar, lo
hice en la ducha mientras me bañaba, la introduje rápidamente en la funda de
uno de mis cojines y me dispuse a buscar un lugar para ponerla a secar, era un
pastizal hermoso que se extendía por un par de hectáreas, un cielo azulado con
nubes intermitentes blancas y coronando el paisaje un enorme cerro al parecer
de roca con unos cuantos árboles y algo desértico, la brisa era perfecta como
para un día de campo. Rápidamente me acomode en unos de los pocos lugares
libres, convenientemente el lado de mi nuevo amigo Blandón, charlamos la mayor
parte de aquel día, él me contaba sobre su familia, sobre las actividades que
más le gustaba hacer, dijo que le gustaban los saltos y me mostro un par de los
que sabía hacer e incluso me dijo su sobrenombre “muerte”, la verdad me pareció
algo extraño pero en fin apenas hacia una semana que lo distinguía; en ese
momento llego el soldado castellanos, tranquilo y alegre como siempre,
disfrutando al máximo de la situación, jugueteando y haciéndonos
reír, creo que se sentía como pez en el agua, estaba en su elemento. El sol
rápidamente se ocultó dejando atrás aquel día lleno de risas, las que extrañaba
desde hace mucho, y trayendo tras de sí una noche estrellada y fría, tal vez la
más fría que recuerdo.
De tal manera concluyeron lentamente los días, sin
que ni más, sin novedades acepto aquel extenuante entrenamiento, aprendimos a
tratarnos como hermanos y a vivir entre ladrones donde todos robaban a todos
pues todos teníamos las mismas necesidades, las angustias, los mismos miedos;
aquellos que tarde o temprano teníamos que enfrentar de una manera u otra.
Nuestros cuerpos fueron cambiando paulatinamente gracias a la falta de sueño, al
hambre, al estrés y a las largas horas de ejercicio.
Aquel diciembre frio y lluvioso lentamente concluyo
dejando tras de sí inmensos charcos de tristeza y ríos de desesperación, pero
toda prueba es superable y la motivación más grande siempre es la familia, la
casa y todo eso que dejamos atrás en el lugar donde nacemos y crecemos, donde
todo nos cansa, nos harta pero que añoramos al estar lejos.
En cuanto concluyeron los tres meses primeros
meses, los más largos de mi vida, llego el esperado juramento de bandera, el
día en el que le juraríamos a la patria dar nuestras vidas por
defenderla, por ayudar a un compañero, por defender la democracia, por defender
a nuestro pueblo a nuestros seres queridos; que gran farsa dar nuestras vidas
por una guerra que nosotros no causamos, por defender los ideales de otras
personas que nunca van a sentir el miedo a la muerte por un proyectil disparado
por nuestros propios hermanos; que nunca van a quedar amputados por una mina o
que no morirán en una explosión. Claro que daría mi vida, pero por defender a
mi familia, a mis hermanos, a mi nación desamparada y a mis compañeros,
aquellos hermanos de sufrimiento.
Jurar a la bandera es un honor muy grande cuando se
hace de corazón, cuando se siente en las venas el correr desenfrenado de la
roja sangre, como la última franja de nuestro hermoso y solemne estandarte
patrio, es un honor que llena, que satisface, que apremia, que vale la pena
sentir, que te hace hombre, que te hace sentir que has dejado de ser niño.
Formamos en aquel gran campo de paradas, limpios y
ordenados como nunca lo estuvimos antes, bajo nuestros pies en verde prado
remojado levemente por el roció de la noche anterior, sobre nuestras cabezas un
cielo despejado y azul, a nuestro lado algunos árboles que observaban latentes
una vez más como un contingente de jóvenes le entregaban sus vidas a la patria;
y frente a nosotros un gran atrio y aquella hermosa bandera que esperaba
tranquila que la saludáramos y le hiciéramos honores.
Un himno le dio comienzo a la gran ceremonia
militar, algunas oraciones y la visita de un sacerdote que nos dio la
bendición, pero bendición para que, para asesinar a nuestros hermanos o para
que ellos no nos asesinen, pues todos simplemente somos las víctimas de un
conflicto causado por un mal intercambio de ideas, en fin la guerra es una
disyunta entre hombre viejos que se conocen y se odian pero no se matan, pero
que a causa de eso mueren jóvenes que no se conocen y no se odian.
La ceremonia concluyo un par de horas después, el
medio día llego acompañado de mucho desorden y mucho menos control que en
cualquier de los tres meses pasados. Nos encontrábamos al final del almuerzo
cuando al fin llego la tan esperada noticia, un vuelo de apoyo arribaría esa
misma tarde y evacuaría de permiso el primer pelotón del contingente más nuevo
del batallón ¡al fin nosotros ¡exclame con mucho ánimo y alegría. De manera
rápida y acelerada empezaron a otorgarnos el pago por servir a la patria por
tres meses, muy poco para tanto sufrimiento, para tantas penas, a la mayoría
solo nos alcanzaba para llegar a nuestras casas y nada más. Pero eso no era lo
importante porque nos íbamos a casa, a dormir, a estar con nuestras familias, a
hacer alarde de nuestro entrenamiento, de nuestras nuevas capacidades, aquellas
que adquirimos jugando a la guerra en aquel lugar lejano y ajeno a nuestras
comodidades, todo eso era un honor algo de lo cual podíamos estar orgullosos.
La tarde fue cayendo lentamente sobre aquel inmenso
llano que parecía infinito en todas las direcciones, subimos en ropa de civil
en los mismos camiones que meses atrás nos condujeron desde el aeropuerto, como
si fuera un deyabu pero al revés, como si retrocediéramos el tiempo, todo
parecía igual, la misma expectación, la misma alegría disfrazada de tristeza que
nos acompañó aquel día en que arribamos, era exactamente la misma que nos
acompañaba de regreso a hacia la libertad que tanto añorábamos, así
mismo debe sentir un preso cuando se le aproxima el
momento de su liberación, llegamos a la misma pista y esperamos impacientes la
llegada del avión que nos llevaría de regreso a nuestras vidas.
Pasada una hora el tan esperado avión por fin
llego, ya estábamos algo cansados y con hambre, pero la verdad no importaba
demasiado, ya estábamos acostumbrados a sentir cosas mucho peores que esas
pequeñeces, subimos al avión y nos sentamos ordenadamente, para todos alcanzo
un pedacito de ventana para observar el mágico paisaje que se ostentaba una vez
más frente a nuestros ojos, la caída del sol que a lo lejos daba la impresión
de estar fusionándose con la tierra, como si al terminar el día simplemente se
sumergiera en un abismo, en una oscuridad absoluta, era hermoso aunque solo
durara algunos minutos.
Pasadas un par de horas, el avión empezó a
descender, la adrenalina empezó a subir cuando por una de las
ventanas por fin empezamos a divisar un conjunto de luces
que se asimilaban a las estrellas, pero bajo nuestros pies, las
luces de la gran ciudad, nuestro destino evocado, nuestra preciada y merecida
libertad, pero que hacer con ella, en realidad nunca hemos sido libres, siempre
hemos tenido que obedecer órdenes y horarios, siempre hemos estado limitados a
nuestro estrato social, a nuestra geografía, a nuestra religión, a nosotros
mismos, me sentía algo desadaptado, algo inquieto y sé que aquel sentimiento
era algo común no solo en mi sino en todos nosotros.
Bajamos del avión y salimos afuera del aeropuerto
principal de la gran ciudad, formamos por última vez aquella noche, la verdad
nadie presto mayor atención a las palabras de nuestros comandantes, solo
queríamos ir a casa, dormir en nuestras camas, ver a nuestras
familias, comer, sonreír, disfrutar de la cotidianidad de una vida
común, unos minutos después cada quien por su lado, cada quien a su mundo, otra
vez solos como llegamos el primer día, a si son los amigos, son solo
circunstancias, en cuanto cambian, ya la amistad no importa, solo importa la
satisfacción personal y nada más.
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