EL SOLDADO FIGUEROA
CAPITULO I
Conociendo nuevas experiencias
¡Compañía
buenos días, compañía de pie!, fue el estrepitoso y enérgico saludo del cabo a
la compañía de reclutas que apenas llegaba al batallón, era nuestro segundo día
después de haber sido incorporados para servir a la patria.
Todo era
extraño y nuevo, todo muy diferente, nos levantamos de manera rápida y
apresurada, formamos frente al catre donde habíamos dormido después de una
noche pasada por la intriga y la emoción de las cosas nuevas que experimentaríamos al
siguiente día, solo se escuchaban susurros de mis compañeros y los fuertes
gritos del cabo de turno, el sol aun no
salía, pero la penumbra de la noche ya se veía
interrumpida por la hermosura del alba, formamos unos de tras de los
otros para apresurarnos a tomar el baño,
nos mandaban en grupos de a cinco y un dragoneante nos contabilizaba el tiempo
para que no nos tardáramos más de dos
minutos, la verdad cuando fue mi turno corrí muy rápido pues siempre he sido muy bueno para ello,
corrí tanto que al salir de la ducha me resbale con un jabón y recibí un leve
golpe en la espalda.
Después todos formamos en escuadras, algo que era muy
nuevo para nosotros y naturalmente lo hicimos muy mal, gracias a eso
experimentamos por primera vez un poco del rigor de la milicia, nos pusieron a
hacer flexiones de pierna y otros
denominados saltarines, ambos ejercidos sirven para ejercitar los muslos, pero
después de algunas repeticiones la fatiga empieza parecer y empieza a doler, al
comienzo solo eran risas, pero después solo se observaban rostros enfadados y
agotados, así duramos un buen rato hasta que nos ordenaron parar porque ya se nos estaba haciendo tarde para
recibir el tan esperado desayuno, procedimos en fila india con dirección
al rancho de tropa y allí nos esperaba
un inmensa fila para llegar donde los rancheros servían el desayuno, era
domingo y como es natural en el ejército sirven tamal y chocolate, y que grande
fue mi sorpresa al recibir el dichoso tamal, porque era más grande una empanada
y ni que hablar del chocolate
entrecortado y de un color algo difuminado y lo más triste de todo era
que había que compartirlo con otro de mis compañeros, la verdad ni él ni yo
calmamos el hambre.
Esa fue
mi primera interacción con el soldado Figueroa, un muchacho algo menor que yo y
un poco más bajo de estatura, lo más extraño que pude notar era que a pesar del
hambre que teníamos los dos, su ánimo y empatía se veía muy alto como si se
tratara de un sueño cumplido.
Todo
transcurrió de manera normal devuelta al alojamiento, el sol ya había salido
por completo y el aire frió de la mañana
se transformaba lentamente en un calor intenso, entramos al alojamiento y allí
acabo de transcurrir el resto de la mañana entre carcajadas de personas alegres
que estaban allí por su propia voluntad
y malas palabras de las otras
personas que se habían dejado coger y estaban allí obligados, pronto el medio
día llego y con él la llegada de algunos
de nuestros familiares, para mí una gran sorpresa que mi madre hubiera ido a
llevar me algunas cosas que necesitaba,
nos sacaron del alojamiento para ir hacia la guardia donde se encontraban
nuestros parientes, caminamos por un hermoso prado rodeado de árboles donde ni
una sola de sus hojas reposaba sobre el prado, al final del prado vimos un gran
portón lleno de alambres y defendido por
soldados muy bien armados, al lado de afuera del portón se encontraba mi madre
algo estupefacta y un poco cansada por el sol tan fuerte que estaba haciendo en
ese momento, me entrego la bolsa y me despedí de ella rápidamente, la
verdad siempre he odiado las despedidas,
me aleje un poco y gire la cabeza para mirarla por última vez en tres meses que
me esperaban lejos de casa, era la primera vez que me separaba tanto tiempo de ella, al mirarla note que por
sus mejillas corría una lagrima y por primera vez en mi vida sentí como mi
corazón se llenaba de una inmensa tristeza y melancolía, con voz entre cortada
le grite a mi madre a la distancia, ¡tranquila mami que estoy en mi casa! Y no
volví a mirar más, caminamos de regreso al alojamiento donde nos esperaban para
el almuerzo.
La tarde
transcurrió un poco menos cálida y
rodeada de un aire frio, pronto el sol se empezó a ocultar y con él la llegada
de gran cantidad de mosquitos que empezaron a hacer un festín con nosotros, la
noche llego con estrellas que observamos a través de las ventanas porque no se nos permitía salir por miedo a que nos escapáramos, la alegría
más grande llego cuando nos ordenaron dormir como a las ocho de la noche, nos
acostamos, las luces fueron apagadas e
inmediatamente cerré mis ojos para conciliar el sueño y para que pronto se
llegara un nuevo día y con él una vida, la vida que estaba empezando a
vivir.
Un nuevo
día llego y con los nuevos desafíos, nuevos problemas y muchas más
experiencias, la vida es un conjunto de problemas que resolver, el día comenzó
de igual manera que el anterior, pero con un poco más de tención por la noticia
anticipada de que nos iban a cambiar de batallón y el viaje que debíamos
efectuar seria en avión, para la mayoría de nosotros sería una nueva
experiencia y algo totalmente nuevo.
Como a
eso de las 10 de la mañana formamos como
de costumbre y nos hicieron enumerarnos, pues
el avión solo podía llevar a 50 pasajeros, nos separaron a los primeros
50 y nos llevaron lejos del resto del grupo, una inmensa incertidumbre y gran
expectativa se sentía dentro del grupo, algunos emocionados, y otros muy
asustados, después de una hora de estar parados
al rayo del sol, con algo de sed
y hambre pues no teníamos casi nada para beber o comer, llegaron dos buses,
los abordamos y nos dirigieron hacia el
aeropuerto de la capital, mucha expectativa y algo de melancolía sentía en ese
momento pues a cada instante me alejaba más y más de mi lindo pueblo, un aire
frio pronto lleno aquel ambiente y la lluvia llego como compañera de aquel
largo viaje que nos separaba de nuestro hogar, las gotas de agua empañaban la
ventanilla de aquel bus, y la neblina combinada con los inmensos cultivos de maíz
y arroz formaban un paisaje invernal, parecía como si la naturaleza se hubiera
confabulado para hacernos sentir tristes.
Después
de dos horas de viaje por aquella recta carretera, la neblina se empezó a
despejar y a lo lejos se empezaba a ver aquella ciudad llena de edificios
grandes, de inmensas y llanas calles, por fin después de un rato de pasar
semáforos y trancones llegamos al aeropuerto, todos bajamos de los buses, el
inmenso ruido de los motores de los aviones que arribaban y despegaban dañaba aquel
ambiente que era tan diferente a lo que estaba acostumbrado. Nos encerraron en
una especie de jaula para que no nos fuéramos a fugar, no había sombra ni agua
y mucho menos comida, pero al parecer eso no nos importaba mucho, lo único que
deseábamos con gran entusiasmo era que nuestro avión llegara, la tensión y la
expectativa era mucha pero donde hay jóvenes siempre abran risas y juegos,
historias y chistes, así disimulamos el hambre y la espera. El sol fue cayendo
y con el nuestras esperanzas, hubo un momento en el que escuchamos el sonido de un avión que rompía la calma de aquella tarde, era nuestro
avión por fortuna, formamos una línea frente
a la entrada de la pista, avanzamos lentamente en dirección al pequeño avión de
la fuerza aérea que había acabado de llegar, la pista era grande y se sentía
muy caliente por el sol de ese día, la
puerta posterior del avión se abrió y salió un auxiliar de vuelo para hacernos las recomendaciones de seguridad
para poder volar, entramos y nos ubicamos en los asientos, pasaron algunos
minutos antes de que la puerta se cerrara.
El
piloto encendió los motores y el avión empezó a moverse, empezó a recorrer la
pista para coger suficiente impulso para despegar, por una ventanilla se observa la inmensa velocidad que había
alcanzado, en un instante la pista se terminó y al frente solo se divisaba un
gran abismo con una inmensa montaña al
fondo, los nervios invadieron por un segundo mi mente y una ansiedad empezó a
turbar mi cuerpo, un silbido en los oídos y una sensación de vacío en el
estómago, todo esto debido a la perdida de presión atmosférica que se
experimenta al tomar altura, solo rostros de pánico y miedo se observaban en
aquel vuelo lleno de jóvenes que partían
hacia un lugar extraño y desconocido. El avión tomo altura y se
estabilizo, empecé a mirar un inmenso e interminable cielo azul y debajo un
largo y tupido tapete de nubes que parecía extenderse hasta el infinito, me
deslumbre con aquel paisaje por varios minutos, después el tapete de nubes
empezó a desaparecer lentamente y una inmensa selva empezó a aparecer debajo de
él, extensa y frondosa, llena de ríos, muy verde y algo escabrosa, volamos por
encima de ella casi por una hora, de repente en medio de la selva se empezaron
a observar dos grandes y colorados ríos que
desembocaban en uno más grande y majestuoso que parecía un pedazo de mar
dentro de la selva y en medio de esos tres ríos un pueblo algo mediano, muy
plano y lleno de palos de mango que esperaba por nuestra llagada. El avión se
detuvo y al abrir nuevamente la compuerta por donde ingresamos se sintió un
inmenso calor como si hubiéramos llegado al más profundo infierno, bajamos algo
asustados por los fuertes gritos de los comandantes que nos esperaban, un paisaje muy diferente
nos rodeaba, un inmenso plan, una tierra muy roja y un pasto muy seco por el ardiente sol, era aquel desolador
escenario, una gran tristeza y unas ganas reprimidas de llorar me hicieron
recordar lo lejos que me encontraba ya de mi hogar.
Cuando
pisamos aquel extraño lugar, que parecía más bien una especie de desierto, con
aire muy caliente y sol radiante, con cielo despejado donde no había rastro de
nube alguna y suelo rojo al parecer muy estéril. Donde nos esperaban los camiones
que nos llevarían hacia nuestra nueva morada, abordamos rápidamente, en el
camino se observaban algunas casas muy separadas las unas de las otras y muchos
árboles de mango, se veían muy grandes y frondosos como si fueran muy viejos.
Luego de un rato de ir en el camión
empezamos a ver una larga y alta malla rodeada por alambres de púas y muy bien
vigilada por soldados, esa era la guardia del batallón, entramos, todo se
veía muy limpio y ordenado con pelotones
de soldados, unos marchando, otros trotando y otros solo caminando, una fuerte voz se escuchó
que nos daba la orden de bajar, bajamos muy rápido, formamos
torpemente frente al hombre que parecía
ser nuestro comandante, empezó por saludarnos con un largo discurso donde
nos explicaba en donde estábamos, que los días por venir serían muy largos y
duros, que debíamos acostumbrarnos a seguir órdenes y a no reprochar pues de lo
contrario todo sería mucho más difícil para nosotros, exigió orden y
disciplina, respeto y convicción pues
necesitaríamos de todo nuestro empeño para superar las difíciles pruebas y las
adversas condiciones a las que seriamos sometidos para obtener el tan glorioso
título de soldados.
La noche empezó a llegar, la temperatura descendió un poquito pero no
mucho aún se sentía el aire caliente y la intensa humedad que hacía sentir un
desespero en el cuerpo, un sosiego acompañado de un nerviosismo, nos dirigieron
al rancho de tropas, un lugar lleno de
mesas de metal y sillas frías, nos proporcionaron platos y jarros también de metal, hicimos una fila frente a los rancheros que empezaban a echarnos uno a uno los
componentes de la comida a los platos,
caminamos por un pasillo escoltados por
dragoneantes hacia las mesas, pero que irónico tener que sentarnos para comer
los alimentos, si nos dieron más tiempo
para tomar asiento que para degustar la comida, más o menos un minuto, arroz
caliente y carne dura digerida prácticamente sin masticar y un trago de panela
limón para bajar todo eso, el dragoneante golpeando con los puños la mesa para
que nos paráramos rápido y el hambre todavía sin calmar debido a lo poquito de
los alimentos, al gasto de energía de ese día
y la presión ejercida en nosotros por nuestros nuevos comandantes hacían de esa cena una de las peores de mi
vida.
La noche
sobrevino rodeada de una inmensa expectación y exorbitante ansiedad mezclada de
pánico al no saber qué pasaría esa noche, el sueño, el cansancio y la sed, se apoderaban de cada
parte de mí, como si una voz dentro de mi cabeza me consolara y a la vez me
asustara diciéndome que todo iba a estar
bien, pero como iba a estar bien lejos de mi casa, lejos de mis seres queridos,
lejos de mi pueblo, lejos de todo lo conocido.
Estuvimos
varias horas parados escuchando un comandante tras otro dar una charla de bienvenida donde se nos
recordaban que ya no estábamos en nuestras casas y que a que todo era diferente
que había que obedecer sin importar cual fuera la orden, las horas pasaron
hasta que paso la media noche, por fin la hora de dormir, nos condujeron por
una pasillo de piso rugoso que parecía ser de granito, angosto y largo que al
final lleva a la izquierda a los camarotes don de íbamos a descansar y a la
derecha a los baños. Entramos y una larga fila de catres dispuesta en línea recta
y un limpio y destellante piso formado por un hermoso mosaico azul y blanco
como el mismo cielo, ventanales transparentes que dejaban entrar la luz de la
luna y las estrellas, formamos frente al catre y nos dispusieron a rezar
pidiendo protección, agradeciendo por el día pasado y clamando un día lleno de
bendiciones.
La
mañana llego pronto, dormimos tal vez un par de horas, esa fue la impresión al
sentir el mismo sueño con el que nos aviamos acostado, el fuerte sonido de una
trompeta y el estrepitoso ruido causado por los comandantes nos obligó a
ponernos de pie, a tomar un muy rápido baño de
tan solo un minuto y vestirnos en otro minuto para recibir el desayuno,
algunos asustados , otros tranquilos y otros emocionados, yo mientras tanto con
una percepción elevada de las cosas, y ahí estaba el soldado Castellanos,
tranquilo, regocijado de lo que estaba viviendo, se sentía como en casa, como
si estuviera en medio de un sueño cumplido. El día pasó sin mayor novedad que
el día anterior, comer, hacer aseo, formar al sol, escuchar largas charlas
militares y dialogar en los breves momentos de descanso. Así acontecieron ocho
días.
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